A mitad de camino de una desvelada el 5 de febrero de 2020, decidí fantasear (el verbo “soñar despierto” habría sido un oxímoron) acerca de a dónde me podría llevar este proyecto – o vice-versa – en el caso extremadamente improbable de que todo resultara como lo espere.

Se dice que Yehudi Menuhin comentó sobre cómo la música generaba un tipo de cohesión privilegiada, no solo a pesar del caos sino debido al mismo, y prosiguió asignándole compatibilidad, continuidad y consistencia a la armonía, melodía y ritmo respectivamente. No estoy seguro de si de verdad dijo eso y dónde y cómo y por qué, pero el caso es que es una idea que da en el blanco y estoy completamente de acuerdo con ella.

La razón por la que había estado relativamente insomne era que el día anterior, el 4 de febrero, era un interesante aniversario triple, tanto en lo personal como en lo profesional: media década del momento exacto en el que tomé la decisión de cortar todo contacto con alguien de mi pasado (aunque no el día en el que efectivamente le di la noticia), así como un año de haber filmado mi primer video profesional (aunque sería el segundo en publicarse) y mi primer ensayo con un coro notable que a la larga me enseñaría que definitivamente no soy de canto grupal aún si encontrase un ensamble magnífico – como ese – en el cual todos son excelentes músicos y personas impecablemente amables; ese fue el principio de una breve experiencia tras la cual reafirmé mi determinación según la cual, cuando se trata de colectivos musicales, la mejor (y única) posición que estoy dispuesto a ocupar es una silla en la audiencia.

Remontándome a esas evocaciones (no es puramente coincidente que la noche del 4 había atípicamente terminado mi ensayo con una versión libre de la ‘Memoria’ de Andrew Lloyd-Webber), me entusiasma buscar patrones y comunes denominadores: en este caso, dos eventos se relacionan directamente con lo que no quiero – aún si reconozco que ambas opciones (una amistad con una persona grandiosa y ser parte de una organización excepcional) tienen muchas ventajas y beneficios potenciales – y una que es presumiblemente un paso en la dirección correcta cuando se trata con lo que quiero.

Durante las últimas dos décadas, he estado teniendo todo tipo de objetivos en relación con la música, pero el que se quedó es el de gradualmente grabar toda la obra vocal compuesta por John Dowland, encargándome yo mismo de la totalidad de la ejecución.

A la larga, me encantaría concentrarme exclusivamente en eso y ganar lo suficiente para no necesitar nada más, financiándome a través de una combinación de ventas de discos, micromecenazgo, recitales en vivo, charlas y artículos (¿tal vez incluso un libro?) sobre los placeres de la auto-armonización y la belleza de la música inglesa renacentista.

Los puntos de inflexión, al menos en teoría, incluyen la unión de una cantidad de disciplinas y, claramente, el ciberespacio, este último proporcionándome una plataforma para conectarme con personas de todo el mundo e interactuar con las pocas encantadoras y peculiares que puedan interesarse en lo que hago.

Exactamente cómo lograría hacerlo es un interrogante completamente aparte, y un tanto una caja de Pandora, pero eso no se comentará aquí por ahora.

Lo único que digo respecto a eso es que categóricamente me rehúso a sacrificar la calidad por el interés comercial, así que si algún día me toca conformarme con hacer lo que amo y tener que complementar mis ingresos con cosas que no me gusten tanto, lo haré … de hecho, ya es así.

Desaprovechar la única vida que tengo (que yo sepa) comprando cosas que no necesito definitivamente sería un desperdicio, así que preferiría estar pobre pero satisfecho.

En cuanto a posibilidades por fuera de Dowland (o el repertorio de los siglos XVI y XVII en general), está por supuesto el barroco (aunque mi ateísmo estridente me aleja de ciertas piezas en las cuales absolutamente adoro la música pero odio las letras) y también un poco del lado más telúrico, especialmente cuando se trata de algunos estilos sudamericanos, ninguno de los cuales llegaría a ser mi prioridad principal pero de todos modos una idea agradable para intentar de vez en cuando.

Acerca del material original, si algún día hago algo de eso, obviamente no sería escrito por mí mismo ya que completamente carezco de las habilidades, la experiencia o el interés para siquiera intentarlo. Me tocaría encontrar un compositor, y he intentado pero hasta ahora no ha habido éxito. De todos modos, claramente, todavía no lo he descartado.

Cada decisión tiene sus consecuencias, y estoy tratando al máximo obtener ese equilibrio deseado entre el aplazamiento crónico y la impulsividad inmoderada. Para parafrasear lo que dijo Charles Rosen acerca de la tonalidad en su genial obra El estilo clásico (para ser exacto, en la página 23 de la edición expandida en inglés), “no es un sistema enorme e inmóvil sino desde sus comienzos un lenguaje vivo que va cambiando gradualmente”.

Lo que busco conseguir aquí no es la fama ni la fortuna (aunque recibiría a ambas con los brazos abiertos si llegasen) sino la satisfacción personal.

Progresivamente he aprendido a conformarme al mismo tiempo de mantener algo de consistencia, dejando de usar la zona cómoda como un término peyorativo ya que aún hay mucho que se puede adquirir al explorarla.

Negociar no es necesariamente 50/50 (esa rápidamente se ha convertido en otra de mis tediosas consignas, de las cuales hay muchas), pero sí le apunto a una clase de equilibrio cambiante.

Gradualmente, mi anhelo es seguir evolucionando y siendo consciente del objetivo en movimiento que está frente a mí. Lo que me otorga gratificación y deleite en este momento no es lo mismo que el mes que viene o el año que viene, así que puede modificarse el plan y de todos modos eso no significa que sea todo improvisado. Blanco, negro, gris, colores.

Ciertamente más fácil decirlo que hacerlo.

Decididamente, en lo que sea que me termine metiendo, haré lo posible por no causarme dificultades a mí mismo.