Cuando hablo con algún(a) otro(a) aprendiz de canto y me doy cuenta de qué tan inseguro(a) puede volverse, de inmediato se activan mis instintos alentadores pero también me doy cuenta de que no estoy solo en eso: nos rodean todo tipo de detonantes los cuales, ya sea de manera deliberada o fortuita, estimulan cualquier aprehensión existente o incluso genera nuevas. Dichas causas incluyen recibir una retroalimentación insatisfactoria, ver el trabajo propio con el beneficio de la retrospectiva, o incluso darse cuenta de que alguien puede ser mejor.
Ocasionalmente alguien me muestra un(a) cantante grandioso(a) y me pregunta si me gustaría ser como él(ella), a lo que respondo que él/ella ya lo es, así que, ¿para qué copiar eso?
La singularidad no es mi objetivo principal pero es habitualmente un subproducto natural de buscar auténticamente lo que es más importante para cumplir los criterios propios, los cuales en primer lugar y de manera casi invariable serán únicos y, con eso en mente, el discurso tan repetido de seguir – o crear – un camino individual sin preocuparse tanto por lo que otros hagan o donde estén puede de hecho ser un buen consejo.
Dejando de lado comparaciones aberrantes (lo más probable es que siempre va a haber alguien mejor, más joven, con mayor estatura, y así sucesivamente), está también el riesgo de ser demasiado fuerte con uno(a) mismo(a) o demasiado afable con el alter-ego imaginario o lo que “debería” estar sucediendo o lo que “podría” haber ocurrido si se hubiesen tomado otras decisiones.
Las valoraciones objetivas deben, en mi no humilde opinión, considerar la evidencia en consecuencia: no es lo mismo que critique alguien con disposición de ayudar a que lo haga alguien queriendo humillar; una evaluación experta no es lo mismo que la ofrecida de manera criticona desde el sillón.
Mi principal adhesión entre el proceso y el producto es usualmente con el primero, pero tiendo a tomar la información del último para emplear como referencia. Si, por ejemplo, fuese completamente incapaz de cantar dos notas seguidas afinado, independientemente de qué tanto lo intentara, entonces definitivamente cedería y admitiría que esto del autodidactismo parecería no estar funcionando. Ahora, no soy para nada impecable, pero las lecciones gigantescas que hacen falta por aprender pueden de todas maneras abordarse desde distintos ángulos, no necesariamente los más populares – y no necesariamente los más impopulares tampoco, ya que esa no sería una causa en ningún caso.
Los criterios son exclusivamente personales de todos modos, al menos en algunos casos, tales como el mío: sin reservas clasifico la búsqueda de la excelencia por encima de la posibilidad de ingresos monetarios. Hay millones de personas que no podrían aguantar vivir de ese modo, y tienen derecho a no hacerlo, así que lo que les podría recomendar tendría poca probabilidad de ser en absoluto compatible.
Encerrarse dentro de esas prisiones imaginarias confinadas por el recelo, la renuencia y la vacilación a menudo engendra e intensifica más problemas de todos modos, y eso de verdad no ayuda en un desarrollo personal o progreso profesional saludable, y en su lugar mucho de lo que genera es aún más tensión, más ansiedad y más lío.
Por supuesto que la música sigue siendo ampliamente competitiva, no hay duda de ello: las audiciones, los concursos, los premios y las presentaciones pagas tienen una cantidad limitada de vacantes, y tanto amistades como colegas se vuelven rivales – al menos dentro de ese contexto – de manera regular. Si no clasifico a un trabajo deseado, preferiría que lo obtuviera una persona cercana en lugar de una extraña, pero hay mucha gente que (al parecer) no está de acuerdo con eso y tiende a esconder información para aumentar sus posibilidades.
Al no querer atribuir ningún tipo de contexto espiritual ni místico (soy muy orgullosamente y estridentemente ateo, anti-teísta y escéptico), mi visión es que si hay una posibilidad, por pequeña que sea, de todos modos vale la pena intentarlo – al menos en algunos casos – y hay narraciones anecdóticas de personas que se presentaron a algo sin ningún tipo de esperanza y de todas maneras lograron triunfar. Un pequeño porcentaje, seguro, pero de todos modos más alto que cero.
Dejado de lado las convicciones, también está el riesgo de, para parafrasear a un amigo, ir de la oscuridad a la desgracia, así que es también importante seleccionar las luchas correctas. Esas dos recomendaciones parecerían completamente contradictorias, pero no lo son, ya que delimitan los criterios que pueden cumplirse para maximizar las posibilidades de éxito.
La crítica extrema puede no haber crecido con las redes sociales, pero ciertamente estas hicieron que sea más fácil y rápido que la gente exprese sus percepciones, calificadas o no, con buenas intenciones o no, hirientes o no, a prácticamente cualquier persona sin ningún tipo de consecuencias, típicamente justificándose en la libre expresión o en políticas de posverdad.
No es que se deban prohibir ni vetar las opiniones, pero no es muy acertado darle la misma credibilidad a todas, ya que eso casi invariablemente conlleva al desastre. Desarrollar un(a) juez(a) interior es complicado, pero también extremadamente benéfico, y con eso no me refiero a escoger solamente los aspectos favorables ni buscar activamente cámaras de eco.
Solo hay una vida de la que podemos tener seguridad, así que sería un horrible desperdicio gastarla en demasiadas preocupaciones. Está bien inquietarse un poco, claro, pero sin ir demasiado lejos. Por supuesto, depende de cada persona establecer qué constituye “un poco” y a partir de qué punto se ha “exagerado”. Ese es otro asunto completamente…