Algunas de las elecciones más desfavorables hechas por músicos – o por cualquier otra persona para el mismo efecto – yacen de priorizar una cantidad de factores que probablemente deberían haber quedado en segundo plano, a sea debido a presión externa o interna o simplemente porque no han definido sus verdaderos objetivos, lo cual conlleva a que pueda darse un arrepentimiento en un momento u otro en el futuro.

Muchas malas decisiones comienzan con propósitos nobles, por supuesto, tales como obtener la fama, ganar y/o ahorrar algo de dinero, beneficiarse de una tendencia o incluso tratar de establecer una. Sobra decir que diferentes personas le apuntan a diferentes objetivos, así que a la larga estos factores no necesariamente se correlacionan de la misma manera para todos los casos; de hecho, rara vez lo hacen.

Los errores pueden estar relacionados con prácticamente cualquier etapa de un proyecto musical así como a elementos o condiciones que estén a su alrededor que también lo puedan afectar. Los(las) cantantes constantemente interactúan con sus pensamientos y emociones interiores, así que cualquier alteración ahí tiene el poder de ocasionar resultados directos en la operación musical.

Concibiendo una respuesta eufórica por parte de la audiencia objetivo, miles (tal vez millones) de artistas eligen su repertorio con base en la popularidad, la recurrencia o la familiaridad del público hacia el mismo. Si bien no está del todo mal, eso se limita a obras que no necesariamente coincidan con la integridad de un plan o proyecto determinado.

Elegir material con guía exclusiva del gusto personal representa otro riesgo común, ya que adorar una pieza o haber crecido con ella no necesariamente corresponde a entregar una ejecución o interpretación óptima de la misma. Algunos (as) cantantes y multi-instrumentistas con algo más de suerte se conforman con un “todavía no” (es decir, aún tienen que madurar antes de medírsele), pero en otros casos la conclusión triste – pero verdadera – no da lugar a la esperanza, haciendo que a la larga sea una mejor opción seguir adelante.

Con o sin ayuda externa, el repertorio es determinante para un(a) artista, y existe en varias formas: el que solo es para estudiar o aprender, el de audiciones, el de concursos, el de grabaciones legítimas y/o conciertos. Todos ellos pueden diferir y lo hacen, con extrema frecuencia.

Tan pronto como algunas obras dan forma a un muestrario, surgen más posibilidades de tomar decisiones incorrectas: velocidad, tono, pronunciación, modificaciones y adaptaciones (si las hay). Mucha gente, entendiblemente pero equivocadamente, trata de replicar lo que algunos(as) de sus artistas favoritos(as) han hecho, pero – excepto casos de extrema suerte, que sí ocurren pero no muy a menudo – los rangos rara vez corresponden, sin mencionar los patrones de respiración, el fraseo, la expresión o los factores circunstanciales (por ejemplo, el acompañamiento y las condiciones sonoras).

Botar una reproducción que de otra forma sería sobresaliente y mandándola al olvido (o peor: a la ignominia) ocurre con desoladora frecuencia, y las preferencias de velocidad a veces añaden al problema, aun cuando el(la) compositor(a) dejó marcas metronómicas, ya que estas deben guiar pero no obligar ni limitar.

Demasiados(as) aprendices, y gran cantidad de auto-denominados(as) expertos(as), parecen ver a la rapidez como irresistible, ya que les permite presumir de sus habilidades y persistentemente asombrar a las audiencias, que fue en muchos casos lo que les llevó a interesarse por estudiar música.

Atraer la atención y admiración no genera ningún daño salvo que se salga de control y salvo que opaque la habilidad deseada. Para parafrasear a Parque jurásico (en este caso particular, la película, no el libro), algunas personas se han preocupado por si podían y no por si debían. Eso, obviamente, se aplica a prácticamente cualquier aspecto o componente de un propósito musical.

Los rangos y las clasificaciones, que con frecuencia se sobre-simplifican y encasillan, de todos modos ofrecen plantillas válidas – o al menos un punto de partida – para elegir, ajustar y editar un catálogo. De nuevo, la admiración hacia alguien (usualmente, aunque no necesariamente siempre, un[a] artista establecido[a]) puede enturbiar, nublar e influir sobre cómo una persona aborda una composición, tratando de reproducir su muestra preferida, un fenómeno que ocurre con frecuencia cuando se trata de géneros populares ya que muchas versiones tratan de duplicar los lanzamientos discográficos originales (a menudo etiquetados [o mal llamados] las maneras “definitivas” tanto por el público como por la crítica) con consecuencias catastróficas.

Decidirse por tonalidades cómodas sin considerar factores externos ampliamente mejora las posibilidades de lograr un funcionamiento general más natural, salvo por supuesto que la pieza específicamente pida que el(la) cantante traspase los límites por razones puramente estéticas, dramáticas o estilísticas – lo cual, por cierto, no necesariamente coincidiría con la noción imprecisa y ambigua de lo que implica una “licencia artística”.

La pieza anónima ‘Mangas verdes’ (a menudo atribuida incorrectamente al mismísimo rey Enrique VIII, aunque él falleció mucho antes de su existencia) da un ejemplo interesante ya que la letra se refiere a un pretendiente insoportablemente frustrado, duramente insatisfecho y desesperanzadamente tragado (muy probablemente no correspondido), así que cantarla en un registro alto puede consolidar el mensaje más efectivamente que permanecer dentro de márgenes habituales.

Aquí, el esfuerzo requerido para dar las notas al inicio del estribillo fortalecen el descontento que sentía quien sea que escribió esa letra, haciéndolo parte integral de la música. Cuando hago ‘La feria de Scarborough’, por otro lado, trato de mantenerla simple y sencilla para mi voz ya que de esa forma puedo representar mejor la manera indiferente en la que el cantante oculta los sentimientos encontrados y la nostalgia implícita.

En cuanto al tema de la pronunciación, favorecer una tendencia específica puede tener costos perjudiciales, especialmente cuando se pierden rimas y juegos de palabras en la traducción (no necesariamente una traducción de un idioma a otro – a veces ocurre al traer un texto antiguo al presente, como ocurre en la música, la poesía y el teatro). Obviamente se empeora al sumarle lenguas extranjeras, muy frecuentemente el caso para cantantes especialmente en los así llamados círculos académicos.

Comprender cómo las palabras se relacionan con la música facilita el proceso de toma de decisiones, sin que necesariamente garantice que va a generar los corolarios preferidos, pero por lo menos aumentando dramáticamente las posibilidades. Una vez más, blanco y negro, escalas de grises, infrarrojo lejano, ultravioleta… la vieja (¿y buena?) perorata, al menos en mi vida diaria.

En términos generales, rendirse al componente emocional puede poner en riesgo la integridad de una idea, aunque abandonarlo completamente va desproporcionadamente en la dirección opuesta y potencialmente le arrebata su sensibilidad, haciendo que sea más un quehacer para el(la) músico, y claramente se nota.

Tener que maniobrar a través de todos esos detalles, por más que se pueda tornar aburrido y agotador, conlleva a una percepción más completa que sucesivamente (y exitosamente) subvenciona una ejecución más genuina, más espontánea pero simultáneamente más consistente técnicamente.

En teoría, lo que complace al(la) artista toma prioridad sobre lo que pueda funcionar objetivamente en un nivel más matemáticamente demostrable. En la práctica, es mucho más complicado que eso, lo cual también explica por qué tanta gente se va por las estrategias y políticas compendiadas, las cuales, por desgracia, dejan más de un rasgo por fuera, con costos completamente funestos. Esas son profecías auto-cumplidas.

Saturar un proyecto con excedentes injustificados aumenta los peligros a una ejecución objetivamente sólida (¿eso existe?), pero trataré de hablar de eso en otro lado, ya que esta diatriba particular ya ha persistido de todos modos por un rato. Pueden estar seguros(as) de que la responsabilidad genera descubrimientos notables y abre la puerta a darse cuenta de las honduras de nuestra propia ignorancia.