Las celebridades, o al menos algunas de ellas, han acogido las redes sociales y los portales en el ciberespacio, empleándolos para tener una conexión mucho más directa con sus grupos de seguidores así como para expandirlos y fortalecerlos. Abundan los concursos, las sesiones de preguntas y respuestas, las encuestas y las pautas publicitarias, y muchas personalidades en línea (tales como los influenciadores) saben cómo explotar las bondades del micromecenazgo para maximizar los ingresos al tiempo que mantienen a su audiencia conectada y satisfecha.

Con el paso de relativamente pocos años se ha vuelto más fácil (o menos difícil, al menos) ganarse genuinamente la vida con lo que generaciones anteriores habrían confinado a un pasatiempo por lo mucho. Si bien no es tan directo como podría parecer visto desde afuera, al menos es viable, y algunas personas han convertido los videos de reacciones, las bitácoras sobre viajes o los recorridos de videojuegos a toda velocidad como auténticas profesiones con las que alimentan a sus familias.

Muchas de esas personas lo logran generando contenidos frecuentemente, los cuales por un lado están por encima de cierto nivel de calidad y por otro lado son atractivos e interesantes para quienes los ven. La interpretación sobre-simplificada de este enfoque es que el público obtiene lo que quiere a cambio de apoyo, financiero o de otro tipo.

Cada cierto tiempo me contacta una persona que trabaja en publicidad o programación o incluso alguien dentro de mi limitado círculo social y me da el mismo consejo con buenas intenciones de trabajar hacia un proyecto más comercial o vendible, ya sea modificando mi cronograma (es decir, publicar grabaciones y filmaciones “no tan producidas” para que pueda tener muchas más por el mismo presupuesto y por lo tanto subirlas con mucha mayor frecuencia), los estilos o géneros representados (si tuviese un penique por cada vez que alguien ha sugerido que haga versiones para cuarteto de bajos del éxito popular del momento…) o directamente saliéndome de la música (y re-estilizando mi página y canal hacia tutoriales de inglés, por ejemplo). Si bien agradezco los aportes y admito que muchas o la mayoría de esas ideas ciertamente incrementarían las posibilidades de que yo convierta esto en un trabajo pago, estoy firme en que nada de eso es en lo que quiero ocupar mi tiempo haciendo, ni siquiera en parte.

Si hubiese estado más interesado en el dinero o la fama (y de todos modos no es que me fuese a convertir en una superestrella), seguro, me iría por lo que sea que venda más o lo que me otorgue más suscriptores, pero eso no es lo que busco. Obviamente me encantaría ver más vistas y recibir mucha retroalimentación, pero ninguna de esas es mi mayor preocupación.

Aunque a fin de cuentas me encantaría poder grabar música del Siglo XVI solamente y no hacer absolutamente nada más y tener suficientes ganancias a través de eso, no me molesta tener que ocasionalmente interpretar o traducir para completar el ingreso si eso garantiza que mantenga la integridad de mi proyecto, cuente la historia que quiero contar y lo haga de una manera que priorice la calidad por encima de la popularidad.

Si bien una docena de seguidores puede parecer ridículamente poco en comparación a, por ejemplo, cincuenta mil, si los primeros me aceptan como realmente soy en lugar de a lo que me dirijan las modas, esa media docena merece todo lo que pueda ofrecerle. No quiere decir, por supuesto, que esté deliberadamente en contra de lo que esté en boga – me da igual: si lo que hago resulta ser popular, genial. Pero si no, lo seguiré haciendo, ya que mi objetivo principal es hacerlo bien independientemente del impacto que pueda tener sobre un objetivo mayor de ventas. Blanco, negro, gris, IRL, UV…

Jerarquizar vanidosamente mi propia satisfacción artística sobre la posición y la reputación puede parecer notablemente caprichoso y poco realista, pero eso no quiere decir que deliberadamente esté buscando una vida sin dinero: soy consciente de que los ingresos son necesarios, pero qué tanto es algo con lo que definitivamente no estoy de acuerdo.

Hace años, cuando me identificaba a mí mismo como guitarrista, tenía que tener en cuenta cuerdas y mantenimiento. Como un aprendiz de canto, debo cuidar mi voz, pero la mayoría de eso realmente no cuesta demasiado – no es que tenga que comprar un nuevo juego de cuerdas vocales cada mes ni nada.

Algunas personas sacan algo de su presupuesto para ropa, viajes, fiestas, ir a conciertos de música popular o partidos de balompié y conseguir aparatos tecnológicos, todo lo cual yo respeto pero a nada de lo cual me suscribo, lo cual se refleja en los gastos. Tampoco tengo mascotas, así que eso ayuda.

Los trabajos como este claramente involucran algunos egresos adicionales ya que grabo en un estudio profesional en lugar de ir a Don Tarjetas, y contrato un profesional para que grabe y edite mis videos en lugar de irme por un desprolijo “hágalo usted mismo” como lo hacía en aquel horrible periodo que afortunadamente se terminó en 2018. Invierto mucho en esas tareas, pero solo porque son de vital importancia para lo que hago, mucho más que el posicionamiento o la OMB.

Incluso ahí, trato de ahorrar lo más que pueda, no cambiando la calidad profesional por la mediocre, sino estudiando y ensayando todo lo que pueda para minimizar el tiempo (y, por ende, el dinero) invertido en tomas adicionales o simplemente cuestionándome qué sigue o elaborando cómo voy a cantar o tocar un trozo específico.

De manera elemental, el principio central de este proyecto de canto es egocéntricamente complacerme a mí mismo, y lo que quiero es alcanzar la calidad más alta posible dentro de mis limitaciones, y de ahí gradualmente expandirlas para que pueda ser aún mejor, y así sucesivamente hasta que me muera. Todo lo demás es secundario o subordinado a eso.

Tal vez esta podría ser una receta para un desastre económico y terminaré contento pero bajo el umbral de la pobreza… y si así es, veré que hago entonces, pero ni un minuto antes.