Otra innecesaria pizca de nombrar a un famoso: el sábado 2 de diciembre de 2017, conocí a Clinton Ricardo Dawkins y de manera amable y paciente firmó más de media docena de sus libros, los cuales orgullosamente tenía en mi colección en ese momento. Una de mis favoritas de sus creaciones, Una luz fugaz en la oscuridad, relata en una de sus páginas la historia de cómo aprendió la decoración de escaparates de Harold Pusey en Oxford.

En gran medida y por lo general, la idea es darle a quien lee solo una pequeña fracción de lo que se expresa y dejarle completar lo demás, lo que le vale su mejor conocido apodo de “tempanear”. Claramente eso está contraindicado en algunas áreas y es – con algo de buena fortuna – práctico y prudente en otras, así que es importante saber cuándo y dónde (y cómo) usarlo, y con eso no quiero dar la impresión de ser un experto. Desearía serlo, pero todavía me falta mucho.

Por suerte, he estado aprendiendo dónde irme más por la tangente (por ejemplo, aquí) y dónde ser más preciso y procurar llegar a ese punto óptimo en el que no dejo por fuera nada vital pero soy tan breve como pueda. Ese fue uno de los principios básicos detrás de todos los videos que publiqué en 2019: ‘Abril’ fue una autobiografía de cien segundos e involucró una grabación en el estudio que no podría ni tampoco intentaría reproducir en el escenario, ‘Scarborough’ exhibió como sonaría en una función en vivo (no hubo sobre-grabaciones en absoluto), ‘Adornen’ era un poco de ambas.

Aspirar a la claridad es un noble cometido pero ciertamente no es uno fácil: hay mucho que puede salir mal, y mucho que podría lamentarse más adelante. “Elegir es renunciar”, como a menudo he escuchado a la gente decir de manera tan elocuente, y eso sin siquiera tener en cuenta mi aplazamiento crónico.

Cada uno de los fotogramas del video del madrigal se planeó cuidadosamente para incluir huevos de pascua así como una variedad de versiones de mí mismo (fluctuando tanto mi vestimenta como mi vello facial o la ausencia del mismo), para que, si alguna vez fuese contratado para un recital o una charla, no sea una sorpresa demasiado grande que me vean con barba completa o bigote de manubrio o incluso calvo. Fue también una demostración de mi limitado rango y de la manera como sueno al auto-armonizar.

Lo que buscaban los de ‘Scarborough’ era darle a un(a) cliente (o promotor[a]) potencial un adelanto de lo que sería un recital, en el sentido en el que había una sección completamente al descubierto y sin acompañamiento, una que incluía apoyo instrumental, un solo corto y sencillo y después un final resumiendo. No es coincidencia que una versión me tiene con cabello y barba completa y para la otra estoy calvo y afeitado.

Aquí es donde el concepto de un “discurso de ascensor” puede ser práctico: más o menos medio minuto para explicar de manera breve (pero clara) una idea o un producto para generar suficiente interés para al menos conseguir la información de contacto de alguien más y después cuadrar una reunión o apuntar hacia un portafolio, un panfleto o, en este caso, una página: las personas que estén leyendo estas líneas pueden estarlo haciendo después de haberse topado con uno de mis videos o de haberme conocido en persona y posteriormente terminado aquí, en cuyo caso parece haber funcionado.

Con frecuencia, el discurso se ensaya en caso de que exista la posibilidad de encontrar de casualidad o de manera aleatoria una figura prominente e/o influyente (por ejemplo, alguien de artistas y repertorio que me pueda conseguir una oferta con una disquera, un[a] director[a] que me pueda dar un papel en un montaje operístico), pero eso no necesariamente significa que no pueda emplearse bajo circunstancias diferentes. A fin de cuentas, es una manera efectiva de conocerme a mí mismo y mis motivos, enfoque y los resultados esperados.

Mucha gente puede haber leído o escuchado el éxito comercial de Simón Sinek de 2009 Comienza con el por qué , y eso tuvo un impacto en mis propias tácticas también, aunque también está el punto extremadamente válido hecho por Kenneth Krogue según el cual el arranque más importante o útil es el “quién” y después el “por qué”.

Viendo mi proyecto como una compañía (y es una compañía, me guste o no) y a mí mismo como empresario, es de suma importancia tener en cuenta todos esos aspectos, negociando entre lo que haría a la larga si no tuviese intención de vender nada y lo que probablemente necesitaría hacer para ser financieramente fructífero. Con negociar, por cierto, no quiero decir que tenga que ser un punto intermedio.

Por otro lado, ser capaz de rápidamente describir mi propósito de una manera que pueda beneficiarme desde un punto de vista comercial no obliga a sacrificar la lealtad ni la integridad, pero también puede ser una pendiente resbaladiza. Por eso selecciono a quienes trabajan conmigo porque doy prioridad a su habilidad de maximizar lo que estoy tratando de hacer, y es también por eso que procuro al máximo asegurarme de que se satisfagan creativa y monetariamente a cambio de su tremenda ayuda.

Validar mis esfuerzos no es para nada mi preocupación principal, pero obviamente sería un complemento bienvenido a mis ingresos si pudiese realmente obtener ganancias de mis ejecuciones renacentistas, y aún mejor si algún día pudiese ceder las otras actividades que hago para dedicarme cien por ciento a esto. No es que me moleste hacer de guía turístico de vez en cuando, o ser un intérprete ocasional, o editar un video aquí y allá, pero me encantaría que todos ellos fuesen menos frecuentes en el futuro.

Con todo y lo eclécticos y amplios que puedan parecer mis intereses, no quiero que se diluyan los objetivos principales entre tantas desviaciones e interferencias: soy esencialmente un cantante solista autodidacta ateo que principalmente se concentra en repertorio inglés de los siglos XVI y XVII, ya sea armonizando conmigo mismo y haciendo todas las voces en grabaciones sin acompañamiento, o brindando ejecuciones en vivo en las cuales estoy tocando o piano o guitarra (dependiendo de lo que esté disponible) y simultáneamente cantando en una tonalidad que permita la provisión óptima dentro de mis limitados niveles. Eso, si acaso, sería mi discurso de escaleras eléctricas – ya que soy un tanto claustrofóbico y tiendo a evitar enteramente los ascensores.