Casualmente rememorando los pasos que me llevaron a la presente etapa en mi vida – como hago a menudo – y probablemente verbalizando mis pensamientos ante alguien con la suficiente paciencia para aguantar todas mis divagaciones, llegué a la conclusión de que independientemente de a qué hubiese terminado dedicándole mi vida (es decir, cantar, tocar guitarra, investigar, incluso convertirme en terapeuta, que consideré en algún momento de mi adolescencia temprana), mi enfoque habría sido analizar diferentes perspectivas y procurar al máximo llegar a una decisión informada.

Por supuesto, eso no implica que esté deliberadamente mirando lo que otras personas hacen y decidiéndome por lo contrario, ya que eso sería absolutamente patético. Simplemente trato de celebrar los instantes en los que soy similar a la norma (de los cuales hay muchos) y aquellos en los que me puedo desviar de la misma (pero no lo hago de manera deliberada – simplemente resulta siendo así).

Hacer un esfuerzo para armonizar ambos aspectos involucra un interesante equilibrio, el cual también es consistente con mi enfoque cuando se trata, por ejemplo, de proceso/producto. En este caso, uno de los puntos en los que más estoy interesado es emplear la tecnología presente para grabar música que originalmente se compuso en los siglos XVI y XVII, esencialmente tratando de obtener la interpretación subjetiva y sesgada de lo que puede implicar “lo mejor de ambos mundos”.

Efectivamente, cuando primero tuve un canal digital por allá en noviembre de 2007 (solo tenía 21 años, ¡imagínense!), uno de los primeros comentarios que recibí por mi video piloto (una versión del ‘¿Y si nunca prospero?’ de Dowland para guitarra y voz) fue que yo de alguna manera lo había modernizado – y lo decían de manera positiva – y hecho accesible, lo cual realmente no había estado en mis pensamientos cuando había hecho el arreglo pero, bien, ciertamente un buen elogio.

A estas alturas, quiero aclarar que realmente no me interesa transformar madrigales en hip-hop u otorgarles secuencias de música tecnológica o bailable. No estoy en contra de eso, pero personalmente no estoy concentrado en eso, ni desde una perspectiva de la audiencia ni desde el punto de vista del cantante, acompañante o director.

Cada vez que hay una obra de Shakespeare o una ópera de Verdi o Mozart hecha deliberadamente con vestuario y caracterización del presente, admito que me estremezco un poco. En cuanto a interpretaciones periódicas, me gusta ir a ellas o presenciarlas, pero tampoco son a lo que le apunto.

Mi mayor preocupación es, por otro lado, obtener un equilibrio justo. El desempate es lo que suene mejor para mis oídos, así de simple. No me preocupa pronunciar una palabra como se habría hecho por allá en el siglo XVI, especialmente si eso es mejor para una rima o un juego de palabras, pero de lo contrario tiendo a hacerlo como lo haría normalmente, ya que eso es para mí – debido a la costumbre – más natural y placentero.

Los frutos tienden a ser más abundantes, en mi no humilde opinión, cuando contienen un poco de ambos enfoques. Lo mismo con la comida: orgullosamente parto el espagueti en dos y le agrego Cheddar rayado, y no me importa que eso no sea “auténtico” siempre y cuando sepa bien – y lo hace.

Errores comunes acerca de mí incluyen pensar que me encantaría vivir en el renacimiento. Lo detestaría: los sistemas de alcantarillado eran descabelladamente inmundos, había aún más machismo que ahora, la mayoría de naciones eran teocracias… me alegra no estar ahí, y también me alegra que mucha de esa música y literatura sobrevivieron ya que las puedo disfrutar y reproducir aquí y ahora.

Ocasionalmente, sin embargo, sí me pregunto cómo sonarían algunas de estas obras con laúdes y tiorbas, así que la idea no se ha descartado. Me encantaría algún día aprender a tocar esos instrumentos para poderme acompañar, y como de todas maneras ninguna obra de mi repertorio es muy difícil, es una ambición loable (aunque para anda fácil) para añadir a mis planes a largo plazo.

La tecnología moderna seguiría siendo empleada en ese caso, ya que los micrófonos (que claramente no estaban disponibles hace medio milenio) se conectarían a consolas de los siglos XX y XXI a través de cables e interfaces actuales, y la(s) tarea(s) a la mano se complementaría(n) por programas de computador y plataformas digitales del presente.

Sea como sea, ese barco zarpó hace rato.