Según me han contado, ‘Tchaikovsky’ fue una de las primeras palabras que aprendí (no la primera, pero probablemente una temprana de todos modos). Supongo que, de muy niño, más que todo me gustaban los compositores rusos ya que también era adicto a Pedro y el lobo. de Prokofiev. Aparte de eso, me encantaba Beethoven (su Sexta sinfonía fue mi favorita por muchos años) y todo lo que se incluía en Fantasía (aunque la obra de Dukas me asustaba). En algún momento me sentí demasiado abrumado y me distancié por unos años de la música – al menos de la música académica.
Hasta hoy sobreviven grabaciones graciosas en las que tengo unos cinco o seis años y estoy cantando rondas infantiles o cabezotes de series. Mary Poppins y Los Simpsons me mantuvieron conectado a la música, así como algunos villancicos, los cuales me gustaban bastante (y todavía). Cuando tenía unos diez u once comencé a escuchar música bailable y me cautivaron tanto Las Chicas Picantes como los musicales de Lloyd-Webber (JC Superestrella había sido re-grabado en esos años con el tenor galés Esteban Balsamo, quien por muchos años fue mi cantante favorito).
Oponiéndome rotundamente a que la música fuese el centro de mi vida, duré bastante tiempo en negación. Fue un proceso gradual: a los trece años, tuve una traga maluquísima no correspondida y tras intentar de diversas maneras (escribir poesía, intentar y fracasar catastróficamente en volverme atlético, fingir desinterés, perseverar), comencé a enseñarme a mí mismo tanto guitarra como piano para serenatearla. Para cuando tuve suficiente habilidad para manejar la voz y el acompañamiento simultáneamente, ya me interesaba alguien más, así que en su lugar le canté a ella – no funcionó, por cierto – pero la experiencia no fue un absoluto desperdicio, supongo, porque dio origen a lo que eventualmente constituiría mi modo de vida.
Fervientemente trabajando en mi repertorio, gradualmente volví a las influencias barrocas y clásicas (en el sentido más amplio del término) por medio de los arreglos de Jorge Martin para Los Cucarrones. También trabajé en muchas grabaciones caseras las cuales eran absoluta y categóricamente horrendas pero que me enseñaron mucho. Mi sueño era algún día grabar una versión de ‘Fyer, Fyer’ de Morley y el ‘Sicut locutus est’ del Magnificat de Bach cantando yo todas las voces, pero en ese tiempo no estaba ni remotamente cerca de eso. Por esos años (entre las edades de quince y veinte), intenté ocasionalmente escribir obras propias pero detesté la experiencia y prácticamente no dio frutos, así que fue una decisión temprana consciente concentrarme en ejecutar música en lugar de escribirla.
Comprometido pero aun reacio, seguía diciendo que la música no pasaría de ser un pasatiempo, y fue cuestión de serendipia que eso realmente me ayudara en ese tiempo: como estaba estridentemente en contra de invertir dinero en una actividad de ocio, nunca compré un afinador para guitarra y, como resultado, me enseñé a hacerlo a oído. A veces me salían presentaciones y cosas así, pero de manera firme y genuina pensé que iba a ser zoólogo. Para cuando tenía unos veinte había comenzado a priorizar a Bach y a Sanz para mi repertorio en guitarra, y gradualmente me fui hacia círculos ligeramente más elegantes. También recuerdo haber estudiado cuidadosamente una versión extremadamente simplificada de la Suite del Cascanueces.
Adolorido y amargado después de un percance romántico a los veintiuno, y habiéndome recientemente vuelto abstemio, fui a terapia por enésima vez. Comenzó como un análisis de la manera como abordaba una relación, pero rápidamente cambió de rumbo hacia mi plan de vida, y fue bastante claro entonces que la música no era una aventura ni un desvío – había sido uno de los pocos elementos constantes de mi existencia y ciertamente estaba ahí para quedarse. El día de brujas de 2007 fui a un ensayadero y comisioné la filmación de algunos videos que fueron subsecuentemente cargados a la primera encarnación de mi canal unas semanas más tarde. Las obras hechas ese día fueron ‘¿Y si nunca prospero?’ De Dowland, ‘Pasatiempo con buena compañía’ de Tudor, la ‘Bourrée’ de la Suite para laúd Número 1 en Mi menor, de Bach, y una horriblemente desprolija versión del ubicuo Canon en Re de Juan Pachelbel.
Si bien en esa época me identificaba categóricamente como guitarrista en lugar de cantante, de todas maneras mi voz generaba más interés y, aunque no lo hubiese admitido en ese momento, me encantaba sacarle provecho. Había llamado a mi propuesta artística “Música al desnudo”, ya que la premisa básica era reducir los gigantescos arreglos a solo una guitarra, enfatizando así algunos elementos que se habrían pasado por alto de otra manera. Duré algunos años concentrado más que todo en eso, y también a los veintidós dirigí un coro por primera vez, aunque obviamente no lo hice de manera habilidosa en lo más mínimo.
Vaciando el tanque, hice otra sesión de grabación el 1º de mayo de 2008, y de ahí salieron más de cincuenta videos de una toma (más que todo versiones de música popular del siglo XX). La primera encarnación de mi canal duró hasta navidad de ese año, cuando impulsivamente borré todo lo que había ahí ya que sentí que ya no me representaba. Los más populares (que obtuvieron más de dos mil vistas en menos de seis meses, lo cual para mí era gigantesco) eran dos mosaicos de obras de Pestañeo-182 tocadas en charango (un instrumento boliviano que parece y suena como un híbrido de ukulele y laúd). Recuerdo un hermoso comentario de alguien que dijo que había entrado para burlarse pero le terminaron gustando esas versiones, y mi voz fue elogiada lo cual obviamente fue bien recibido.
Siempre estricto, seguí trabajando en desarrollar mi estilo. El 8 de marzo de 2009 tuve mi mayor audiencia hasta ahora teloneando a una actriz local en un centro comercial y colocando una rutina un tanto estrambótica durante la cual cambiaba de octavas supuestamente de manera aleatoria, sorprendiendo e impresionando al público. Lo había venido haciendo desde 2002 o 2003, y me encantaba cómo la gente de verdad pensaba que había dos (a veces hasta tres) tipos distintos cantando o que debía haber habido algún tipo de truco aplicado.
Hubo un participante en la tercera temporada de Gran Bretaña tiene talento, un galés llamado Gregorio Pritchard, quien se había peleado con Simón el 29 de mayo de 2009. En la sección de comentarios alguien dijo que sonaba “bipolar” ya que había cantado ambos papeles de ‘Barcelona’ (una mezcla de ópera con música popular escrita por Federico Mercurio y Miguel Morán, interpretada por ellos dos con Montserrat Caballé). Me robé ese calificador y renombré mi estilo de ejecución: “Canto bipolar”. En ese momento, si bien seguía categorizándome como un guitarrista que cantaba, ya me estaba presentando – sin darme cuenta – como un cantante que tocaba, así que retrospectivamente ya había cambiado de rumbo.
Después, hacia noviembre de 2010, hice tres grabaciones navideñas y las tuve disponibles para comprar digitalmente por un año. Dos de ellas eran cantadas (mayoritariamente, aunque no del todo, sin acompañamiento) y la otra tenía guitarra pseudo-clásica estilizada. Los discos no fueron nada particularmente excelente pero aumentaron mis ingresos un tiempo y también reflejaron que había una proporción 2:1 entre cantar y tocar, y también me dieron mi primera experiencia de ir a estudios profesionales de grabación – probé al menos media docena, y me di cuenta de que había un espectro bastante amplio desde lo ridículamente espantoso hasta lo extraordinariamente maravilloso.
El 31 de julio de 2011, habiéndome vinculado brevemente a un montaje de la Misa Número 13 en Si Bemol Mayor de Haydn, tuve la epifanía durante un ensayo y finalmente admití que mi prioridad en la vida era cantar en lugar de tocar guitarra y que quería hacerlo como solista en lugar de como parte de un ensamble. De todos modos me involucré en un proyecto colaborativo al año en promedio, siempre a corto plazo. En orden cronológico desde 2012: una cantata de José Horovitz (canté y toqué piano); un JC Superestrella reducido (lo mismo); un festival musical internacional (lo organicé, escribí en verso las presentaciones, canté y toqué varias cosas); un coro escolar que dirigí para un evento; un proyecto altruista en el que estuve por tres semanas, cuatro videos y una presentación sorpresa en una biblioteca local; una versión de una canción de música popular que hizo una amiga y en la que fui productor y editor; un recital de grado para dos compositores; 2019 fueron dos por el precio de una: una cantata de Bach por un solo recital, y unas pocas obras del renacimiento para una sola filmación porque tenían que cumplir unos criterios de alineación para un concurso.
De manera vagabunda reinicié mi canal en 2015, lo llené con más de cien inmundas grabaciones caseras que iban desde ópera hasta reguetón y desde madrigales hasta reseñas de películas. Era desordenado y caótico pero funcionó en ese momento, y le había inventado un nuevo título: “Música de bajo presupuesto” (jugando con los elementos oscuros y chabacanos). A finales de 2018 decidí profesionalizar el proyecto y contraté de nuevo un estudio profesional, así como masterización y filmación especializadas. El 1º de abril de 2019 borré todos los contenidos del canal y comencé de nuevo solamente con los que cumplieran con unos mínimos niveles.
Desde entonces, he estado publicando una nueva grabación (con su video acompañante) más o menos cada cuatro meses. Una espera larga, pero ciertamente un resultado mucho más aceptable. Prefiero lanzar cada año tres productos de alta calidad en lugar de cincuenta malos, que se joda la OMB. Mi prioridad es contar la historia que quiero y hacerlo de la mejor manera humanamente posible – y si, al hacerlo, gradualmente llego al radar de algunas personas, genial, pero no es a lo que le estoy apuntando.