Como una persona que continúa eligiendo el autodidactismo en lugar de un conservatorio (o cualquier otro tipo de academia o universidad), a menudo se me acusa de ser ridículamente egocéntrico. Y claramente lo soy pero eso no tiene nada que ver: sería como decir que sacaron mis cordales porque soy diestro o que mi tipo de sangre es O+ porque mi hombro izquierdo ha sido dislocado algunas veces. Es perfectamente posible ser autodidacta sin ser egocéntrico, o ser autodidacta y también egocéntrico, o no ser autodidacta pero sí egocéntrico, y así sucesivamente.

Lo que aparentemente constituye el narcisismo de alguien es una combinación de esperar que los demás sean meros sirvientes, tener absolutamente nada de vergüenza, humillar a los(las) demás, huir de las críticas o decir que son pura envidia, y verse a uno(a) mismo(a) perfecto(a). No cumplo con ningunos de esos criterios, de hecho: no creo ser perfecto (no estoy ni cerca), no utilizo a otras personas y no aborrezco las críticas – aunque eso no quiere decir que las acepte todas.

Otra manera de definir un(a) narcisista es como alguien que dice ser mejor que todas las demás personas (no lo hago y no lo soy), se percibe como singular (no lo hago – al menos no en un sentido que no hiciera que todas las demás personas sean igualmente únicas), y generalmente se centre en sí misma. Este último sí va conmigo, ya que doy prioridad a mi propia satisfacción por encima de tener que complacer las expectativas de alguien más. Si elegir ser autodidacta porque hasta ahora ha funcionado y hasta ahora he disfrutado el proceso es narcisista, entonces con orgullo llevaré ese rótulo por el resto de mi vida, y lo mismo va para el hecho que prefiero cantar como solista y ser mi propio acompañante – no implica que considere, ni mucho menos asegure, que soy el mejor guitarrista ni pianista del mundo (no estoy ni entre los cien mil primeros), simplemente significa que me he seleccionado a mí mismo para suministrar el apoyo para mi canto.

Otro conjunto más de mediciones para el narcisismo tiene que ver con una necesidad de admiración y la errónea creencia de que el resto de la población constantemente se obsesiona con el(la) individuo(a). Me encanta que me admiren pero no lo “necesito” como tal – es más un lujo que disfruto y ya; en cuanto a lo que las demás personas piensen sobre mí, soy excepcionalmente privilegiado si más de dos o tres de ellas piensan en mí una vez cada quince días por mucho, y eso no tiene nada de malo.

Si bien no soy el centro de la vida de nadie más, sí soy descaradamente el foco principal de la mía – no hasta el punto de tratar de manipular a otras personas para que se ajusten a mis deseos, pero sí hasta el punto de no estar dispuesto a sacrificar dichos deseos salvo que sea estricta y absolutamente necesario.

Estoy mucho más interesado en mejorar en lo que hago que en ser valorado por la demás gente, lo cual no quiere decir que no me gusta cuando lo hacen. Una vez más, blanco/negro/gris/colores por todo lado.

La finalidad de la negociación no debe ser la ganancia personal sino el beneficio mutuo y, como consecuencia, llegar a un punto medio no es siempre la mejor manera. Está también la posibilidad, ciertamente, de mover los postes para que ese “punto medio” cambie también de posición.

Aquí es donde empleo la típica analogía de dirección coral: los así llamados sentimientos, pensamientos o enfoques “negativos” (como la falta de modestia, la ira, el miedo o la codicia) tienen un papel que jugar (o una voz que cantar), así que pueden incluso ser benéficos si se les saca partido estratégicamente más que si se silencian a la fuerza. El punto es no dejar que opaquen lo demás pero al tiempo dejarlos que se expresen.

Está esa idea de que cambiar de parecer es algo que debe ser o vilificado o elogiado, pero a la larga tiene más que ver la razón (o razones) tras dicha elección. La diferencia principal entre “firme” y “terco(a)” suele ser si el(la) interlocutor(a) (o quien esté pasando el juicio) está o no de acuerdo con una posición.

Tener que explicar todo eso una y otra vez puede tornarse agotador, así que prefiero reconocer mi supuesto egocentrismo (que de todos modos en parte es verdad) y seguir adelante. Me miran raro pero estoy acostumbrado a eso. No es que esté deliberadamente buscando que lo hagan, sino que no me disuade la posibilidad de no complacer a alguien más.

No importa lo que haga o no haga, seguirá pasando que encuentre desaprobación o críticas, así que de paso puedo ser reprochado por ser quien soy.

Algunos de mis más fuertes detractores disfrutan cada vez que cometo un error. Por fortuna, yo también, ya que esas equivocaciones me dan oportunidades de mejorar y prosperar.

La mentalidad extrema puede ser perjudicial para cualquiera, pero pensar que no dejarse mangonear es extremo es mucho más extremo. Repetir tanto esa palabra me hace querer tomar mi guitarra española y probar la canción “Con el corazón ahuecado”, así que ese puede ser el pie para terminar esta diatriba. Mucho más probablemente, pasaré de esa balada de la década de los 1990s a una de los siglos XVI o XVII y ahí sí estaré realmente en mi elemento. ¡Es lo que hay!