Problemas recurrentes enfrentados en general (aunque para nada exclusivamente) por artistas surgen de expertos(as) de sillón que rápidamente despotrican y no ofrecen ningún tipo de evaluación constructiva. Hacia mediados de 2015 vi un excelente video en el ciberespacio en el que Julia Galef lidiaba con el tema de ofrecer críticas no solicitadas dando cinco valiosos consejos.

Yo, tan ladino, descaradamente me robé esas guías y las he aplicado a mi vida desde entonces, e incluso he dado algunas charlas y capacitaciones empleando una versión modificada de las mismas pero de todos modos claramente plagiando de su contribución ya que las recomendaciones son las siguientes: número uno – no hacerlo; dos – investigar; tres a cinco (sin un orden particular) – reconocer la dificultad, incluirse a uno(a) mismo(a), enmarcarlo como una oportunidad. Así que, a la larga, meramente copié cuatro de ellos y expandí un poco el otro y ya estuvo.

El primer paso es, como Julia lo colocó, usualmente el mejor camino, ya que muchas personas (¿todas?) son dolorosamente conscientes de sus debilidades y pueden ya estar tratando de superarlas, así que en realidad no las ayuda de ninguna manera poner el dedo en la llaga. Eso se engrosa (sin procurar jugar con las palabras) en el caso de avergonzar la gordura – y no, con eso no quiero decir que se deban incentivar los hábitos alimenticios perjudiciales en absoluto, ya que no debe ser blanco, negro o gris.

Lo de la investigación involucra una inspección meticulosa tanto hacia afuera como hacia adentro, este último estando más cercanamente relacionado a lo que ella describió como “verificar los motivos”, y el primero como algo que desvergonzadamente agregué ya que pienso que es bastante esencial confirmar si lo que se va a criticar se sale de las manos de la otra persona (por ejemplo, estatura, color natural del cabello, edad, lugar de origen), o si ya están luchando contra ello (por ejemplo, muletillas, postura, el ya mencionado problema de peso) y, lo que es más importante, qué puede hacerse para superarlo.

Como aprendiz de canto, soy más que abierto y receptivo hacia un consejo que se haga de manera similar a “aquí hay un video o un libro donde puedes encontrar ejercicios que te pueden ayudar con este problema o este otro”, pero rápidamente descarto un comentario indocto o brusco como “deberías renunciar a la música y trabajar en una empresa para ganar más dinero” o “esas obras antiguas son muy aburridas, ¿por qué no cantas en su lugar algo más pesado?”.

Si bien se ha puesto de moda comentar la empatía, rara vez se aplica genuinamente: a las personas les encanta ponerse en el lugar de otras, pero lo siguen haciendo desde su perspectiva y eso es potencialmente aún peor ya que conlleva a inmundos veredictos de “si yo fuera tú” en los cuales se dan la palmada en el hombro por presuntamente haber estado sin prejuicios pero de todos modos habiéndose dado permiso para ser tan discriminatorios, o más.

Cómo se enfocan los otros tres puntos depende de la persona y el caso, pero por mi parte siento que son una combinación magnífica: reconocer el esfuerzo requerido alivia la presión de arriesgarse a la humillación, incluirse a uno(a) mismo(a) lo convierte en un trabajo de equipo, convertir un obstáculo en una parte integral del camino de desarrollo personal en una manera mucho más sustanciosa para contribuir a la vida de la otra persona, más que simplemente ser grosero(a) o cruel y luego lavarse las manos diciendo que es honestidad.

De alguna forma es una suerte de contradicción que me caigan bien gente como Simón Cowel y el grandioso ya fallecido Christopher Hitchens, ninguno de los cuales ganó alguna vez fama por su diplomacia. Ser directo(a) también es a veces útil – y, no lo negaré, entretenido – y también puede sacudir a que la otra persona haga algo (razón por la cual algunas intervenciones, no todas, pueden ciertamente servir para enviar a alguien a rehabilitación), así que está más conectado a cuándo hacerlo, y, por supuesto, a cómo.

Escuchar a la otra persona ayuda a determinar qué decir y cómo decirlo. No implica que deba haber algún tipo de actitud condescendiente, pero es cierto, en mi no humilde opinión, que diferentes estrategias funcionan para diferentes personas y puede ser bastante útil tratar de adaptarse tanto como sea posible sin perder de vista el mensaje principal que se está tratando de transmitir.

Si bien mi regla de oro es ser franco e incluso estridente cuando se trata de plataformas públicas (me echaron de una opción temporal de trabajar en musicoterapia porque vieron mis publicaciones en redes sociales), estoy dispuesto a ser menos directo cuando se trata de interacción cara a cara, y eso no es lo mismo que mirar por debajo. O, al menos, eso espero.