Con frialdad y candidez, he rehusado de manera educada (o no tan educada) innumerables ofertas solidarias que he recibido para lecciones de canto, señalando que el principio central que hay detrás de mi proyecto es explorar el autodidactismo empleándome como conejillo de Indias y documentando tanto los éxitos como los fracasos del proceso que estoy atravesando.

A pesar de todos mis errores, sigo pensando que he sido prolífico y próspero como un aprendiz autónomo así como en la tarea peculiar y fascinante de enseñarme a mí mismo algo de lo que no tengo idea, así suene oximorónico y a la larga presumido.

Mi elección de no recibir capacitación formal es la que más se me debate y critica, y durante la mayor parte de mi vida se me han acercado parientes, amigos(as), parientes de amigos(as), amigos(as) de parientes, ex-novias, ex-tragas, compañeros(as) de trabajo, conocidos(as) casuales y extraños(as) fortuitos(as) a tratar de persuadirme para que me matricule al conservatorio u obtenga alguna tutoría, a veces pronunciándose de manera extremadamente virtuosa (lo cual, de todos modos, no me ha convencido de cambiar mi posición), a veces regurgitando cuestiones que he escuchado docenas de veces una y otra vez.

Año tras año hay alguien acusándome de ser inflexible y terco porque presuntamente estoy tratando de lograr un objetivo en el cual mucha otra gente ha fracasado catastróficamente. Un tanto incongruente, ciertamente, ya que toda persona usando ese razonamiento también está intentando lograr algo que muchas no han podido. Había una época en la que incluso tuve una lista de los argumentos más frecuentemente dados y mis respuestas (lo hice primero para mi ateísmo, y la idea era entonces transferirlo a mis elecciones de ser solista, de enseñarme a mí mismo y de ejecutar música en lugar de componerla).

Las áreas comunes que se abarcan incluyen la tradición (“se ha hecho de esta manera, por ende debe ser la correcta”), autoridad (“este genio musical fue a la universidad, así que los que no somos genios ciertamente nos beneficiaríamos de ella”), finanzas (“¿cómo vas a ganar dinero si no tienes el título?”), pragmatismo (“en lugar de experimentar por aquí y por allá, podrías recibir orientación de alguien que ya sabe por dónde es”), contactos (“podrías conocer muchísima gente que te podría inspirar y a quienes inspirarías”), incluso romance (“el amor de tu vida podría estar ahí”). Estoy completamente de acuerdo con todos esos argumentos, pero siguen sin ser suficientes para convencerme – blanco/negro/gris/colores/IRL/UV.

Una vez los intentos más diplomáticos demuestran ser inefectivos, algunas personas la dejan de ese tamaño (y me encanta que lo hagan), algunas tratan de exhortar a mi vanidad (“te ha ido muy bien hasta ahora, imagínate cuánto más podrías hacer con la guía correcta”), algunas van directamente a ataques personales (“oh, te crees tan perfecto”) y algunas incursionan en la adivinación (“sé que te arrepentirás de esto, y te acordarás de esta conversación”). Para estas últimas, tengo solo dos declaraciones: va a ser difícil recordar a esa persona específicamente porque está entre muchas, muchas, muchas que me han dicho lo mismo usando un modo de expresarse extremadamente similar, y también, si pueden ver el futuro, ¿por qué no se han ganado la lotería?

Mi respuesta a quienes suponen que la versión autodidacta mía es axiomáticamente inferior a la educada externamente es, para citar el título de ese libro maravilloso de Daniel Barker, “tal vez sí, tal vez no”. Bien podría ser (y apasionadamente creo que ese es el caso hasta que se demuestre lo contrario) que esta es mi mejor versión, y que esto es lo máximo que puedo adquirir en términos de conocimiento y habilidad, precisamente porque lo estoy aprendiendo por mí mismo – lo cual en primer lugar constituye una parte integral del proceso.

Tal vez un problema que recurre en esos casos sea que hay una tendencia de todas las partes involucradas (incluyendo la mía) de verlo como una situación de “nosotros(as) contra ellos(as)”, y no tiene que ser así: estoy buscando algunos (o muchos) de los logros detrás de los cuales está una persona con instrucción clásica, simplemente estoy indagando otro camino que me lleve a ese punto, lo cual no quiere decir de ninguna manera que esté en contra de la alternativa que han elegido, ni mucho menos que me esté moviendo en la dirección opuesta.

Mirando a aquellas personas a quienes les irrita mi elección, de verdad procuro mirar su perspectiva: muchas de ellas han tenido que quemarse las pestañas cientos de veces, generar más de una taza de sudor y lágrimas (aunque espero que no sangre), pagar una fortuna en matrículas y libros, levantarse antes del amanecer (lo cual para mí es un premio pero para mucha gente es una verdadera tortura) para soportar un trayecto que parece incesante, sobrevivir a punta de comida chatarra durante años y potencialmente enfrentar injusticia y discriminación solo para que yo de la nada diga que es posible abstenerse de todo eso y de todas maneras alcanzar la meta.

Una labor autodidacta no equivale a una fácil: tengo que ser extremadamente disciplinado para tener algo de opción de realmente absorber cualquier habilidad o conocimiento, hay mucho que explicar cada vez que surge el tema, he perdido amistades y tal vez incluso relaciones potenciales por esto, y siempre está la posibilidad de cometer – y fosilizar – errores que pueden a largo plazo tener un efecto perjudicial en mi voz.

Sigue valiendo la pena intentarlo, para mí: estoy aprendiendo muchísimo, y estoy también aprendiendo a aprender, y todo esto es preclaramente emocionante. Aún si en efecto fracasara, eso también sería material valioso que puede emplearse para artículos, reportes y charlas Ted en el futuro y de todos modos habré aprendido qué no hacer, lo cual también valoro ampliamente.

Notablemente, mucho de lo que vemos y utilizamos todos los días fue hecho por autodidactas: alguien tuvo que componer la primera sinfonía, y esa persona no pudo haber recibido clases en cómo componer una porque no existían; alguien tuvo que hacer la primera bicicleta, el primer ladrillo, el primer cortaúñas, el primer sistema de amplificación, y todas esas personas tuvieron que haber sido autodidactas por lo menos en eso. No quiere decir que la primera persona en tocar el teclado habría sido capaz de llegar muy lejos con su técnica, pero claramente muestra más allá de cualquier duda razonable que una iniciativa autodidacta no es inútil.

Hay una montaña de 10.341 pies a unas diez millas de donde vivo, y hace un par de años logré caminar hasta allá, llegar a la cima a pie (Bogotá ya tiene una altura de 8.660 pies así que tenía una ventaja inicial) y ver la ciudad desde la cumbre. Mi barrio se veía como un punto diminuto, y estaba muy complacido de haberlo logrado. Si hubiese tomado un bus incluso por unas pocas cuadras eso lo habría “manchado” de alguna manera. Por cierto, también me devolví de la misma manera, sin tener que pagar por el funicular o el teleférico, y sin emplear ningún combustible en el camino de regreso. Fue muy gratificante – y así es exactamente como me siento cada vez que aprendo algo por mí mismo, sin recurrir a clases (en línea o de otra manera) o docentes, aunque claro que eso no tendría nada de malo.

Sacudir los cimientos obviamente implica retar los míos también, y la puerta siempre está abierta, lo cual no implica que la vaya a cruzar. Si algún día me convencen, inmediatamente cambiaré mi enfoque, pero hasta ahora no ha sido así y no hay forma de saber si lo será o no.