El compositor alemán Ludwig van Beethoven (1770 – 1827) escribió nueve sinfonías (que sepamos). Puede ser difícil para una memoria humana no fotográfica almacenar cómodamente un conjunto de nueve elementos, así que recurro a una estrategia de “divide y vencerás” y lo clasifico en grupos: Do-Re-Mi (con la advertencia de que la tercera es bemol), una cadencia perfecta en Fa (Si Bemol, Do y Fa) y un acorde de Re menor en su segunda inversión (La, Fa, y Re).

De esas nueve sinfonías, siete son en tonalidades mayores – las excepciones son la quinta y la novena, que forman un 59… 1959 fue el primer año que un Balón de Bronce se le otorgó a un futbolista galés (William John Carles, de Swansea, quien en ese tiempo jugaba para la Juve). Tales conexiones parecerían estrambóticas, irrelevantes, inútiles, tontas o sin sentido para mucha gente, pero tienen sentido para mí y – más al punto – funcionan.

Evocando a la aritmética para recordar el año en el que cada una de ellas se estrenó, las agrupo en 035 (rollos de películas, o el bromo) seguido por 788 (ese sí fue por repetición) y luego 13-14-24 (el trece de la suerte más uno y más diez), y ahí ya sé que esas sinfonías tuvieron su primera ejecución pública en 1800, 1803, 1805, 1807, 1808, 1808 (nuevamente), 1813, 1814 y 1824, respectivamente.

Aprender como loro la serie de números 21-36-55-60-67-68-92-93-125 puede parecer aún más complicado, pero recurro una vez más a agruparlos: 21-36-55 lo obtengo por repetición mecánica, mientras que 60-67-68 son fáciles de recordar gracias otra vez a galardones individuales de balompié (los balones de oro fueron para Luís Suárez, Florian Albert y George Best), 92-93-125 puede ser una mezcla de ambos enfoques (92-93 son Van Basten y Baggio, 125 es simplemente un número que de casualidad me gusta). Habiendo unido los conjuntos, con facilidad obtengo lo siguiente: Sinfonía Número 1 en Do Mayor, Op. 21, que se estrenó en 1800; Sinfonía Número 2 en Re Mayor, Op. 36, que se estrenó en 1803; Número 3 en Mi-Bemol Mayor, Op. 55, 1805; Número Cuatro (mi favorita) en Si-Bemol Mayor, Op. 60, 1807; Número 5 en Do menor, Op. 67, 1808; Número 6 en Fa Mayor, Op. 68, 1808; Número 7 en La Mayor, Op. 92, 1813; Número 8 en Fa Mayor, Op. 93, 1814; y Número 9 en Re menor, Op. 125, 1824.

Probablemente ya se dieron cuenta de que me encanta la mnemotecnia. Me parecen fascinantes, absorbentes, complejas, intrigantes, lujosas, agradables. Otras obsesiones que tengo son los acrósticos (de los cuales hay muchos en la versión en inglés de esta página), terminología insistente (sin mencionar la ortografía y la gramática), las estadísticas y, curiosamente, las monjas. De manera aún más notoria, supongo que soy un tipo bastante quisquilloso, y también extremadamente ambicioso, aunque tal vez no de la manera que lo es la mayoría de la gente ya que no doy prioridad al estrellato, la notoriedad o la riqueza financiera. Si alguna de ellas llega, son más que bienvenidas, pero le estoy apuntando a otro lado.

Pretender ni seguir a las masas ni ir contra la corriente, a veces lo que me gusta coincide con lo que resulta ser prevalente para una población más amplia, a veces no, y me da igual. Yo menor que tres el balompié (aunque soy completamente incompetente para jugarlo), como pizza con regularidad, tengo una cuenta en Carelibo, soy una de las muchas millones de personas que compró el disco Suspenso de Miguel Jackson (dos veces, de hecho) y soy un hombre pelinegro heterosexual cisgénero diestro que rasguea la guitarra y que tiene tipo de sangre O+ y 28 dientes (mis cordales fueron extraídas en septiembre de 2017).

El caso es que si honestamente hubiese querido ser diferente y representarme como el niño diferente, no tocaría guitarra ni piano – habría elegido el cromorno tenor o la tiorba; me comunicaría en un idioma difunto rebuscado en lugar de dos que fácilmente sobrepasan quinientos millones de nativos c/u; trataría de ir tan en contra de la corriente que odiaría el balompié, las redes sociales y Los Simpsons , sin mencionar a los dinosaurios (de quienes fui un gran aficionado mucho antes de que existiera Parque jurásico ya sea como libro o película). Ninguna de esas elecciones surgió de la presión grupal ni de adherirme a una moda, pero de todas maneras coincidí con la norma. Soy, en muchas maneras, 999.999 en un millón.

Otras áreas, no obstante, no pertenecen a la misma categoría, por mera coincidencia: soy un ateo sin pelos en la lengua (aunque no un activista, así que no es que esté contribuyendo en ninguna manera significativa), un autodidacta consagrado, un bullicioso evaluador crónico, un abstemio vegetariano a quien no le gusta el café, quien odia el clima cálido y quien preferiría cantar obras de los siglos XVI y XVII que escribir su propia música.

Muchas de esas diferencias resaltan, pero no sobrepasan y no deberían opacar lo que tengo en común con la mayoría. De todos modos, vale la pena celebrarlas, como es el caso con toda persona que tenga la suficiente fortuna de ser singular… y podría decirse que ese es el meollo del asunto aquí: todos(as) somos excepcionales, anómalos(as) e incomparables en algo, ya sea – al menos en parte – debido a la genética (estatura, agudeza sensorial, aspecto), suerte (lugar y momento correctos) o gusto personal (el computador que estoy usando para escribir esto existe porque alguien tuvo afinidad hacia la tecnología, en lo cual soy completamente ignorante).

Rememorando el tema de codificación, almacenamiento y acceso, vale la pena enfatizar que hay muchos tipos de memoria, y diferentes individuos(as) pueden fácilmente ser excelentes en unas y terriblemente débiles en otras. Para quienes han interactuado conmigo en persona, hay una probabilidad más o menos alta de que recuerde la fecha en la que nos conocimos, la fecha en la que me escucharon cantar por primera vez y la fecha en la que nos abrazamos por primera vez (si es que alguna vez lo hicimos), pero aún si los(las) viera hace un minuto, es improbable que me acuerde del color de su camiseta o la marca, modelo y número de placa de su auto – eso aplica incluso si me acabo de bajar del mismo.

El hecho que puedo verificar con facilidad no es un detalle menor para nada: si llego a olvidar alguno de los 118 elementos de la tabla periódica, puedo buscarlo y subsecuentemente reforzar, ajustar o actualizar la estrategia de señalización que estuviese usando y que hubiese fallado; para eventos autobiográficos, por otra parte, el asunto es mucho más pérfido y traicionero: pueden crearse falsas memorias, pueden darse teléfonos rotos todo el tiempo, la precisión se desvanece y aún si recuerdo algo vívidamente y estoy absoluta y categóricamente 100% seguro de que sucedió, tal vez no fue así – o al menos no de esa manera.

De vez en cuando mi ateísmo es atacado y encuentro argumentos de hombre de paja por parte de defensores de la religión: ¿cómo me atrevo a dudar de las escrituras (la Biblia, el Corán, Guru Granth Sahib, lo que sea…) pero ciegamente comerme el cuento de, por decir algo, la llegada a la luna, o la segunda guerra mundial, cuando los libros acerca de esos presuntos eventos podrían también estar mintiendo y cuando no fui un testigo ocular de ellos? El objetivo, según parece, es hacer que yo admita que la fe juega un papel fundamental en mi vida y, por ende, debería expandirla a adorar a su(s) creador(es) imaginario(s).

¿Alguna posibilidad de que Napoleón Bonaparte fuese simplemente un personaje ficticio? ¿Estoy 110% seguro de que Shakespeare escribió Como gustéis ? ¿Podría ser que el mundial de 1962 nunca ocurrió y todos los videos que hemos visto fueron parte de una conspiración realizada después del (no) hecho? Si bien no lo llamaría fe como tal, ciertamente reconozco que se involucra mucha dependencia. Confío en la evidencia, y en los procesos que se llevaron a cabo para colocarse allí. De ese modo, puedo estar al menos 99,99% seguro de que hubo un tipo llamado Guillermo Shakespeare quien sí escribió esas obras; Winston Churchill sí existió y nunca fue un rey; todos tenemos un gigantesco conjunto de ancestros, todos los cuales fornicaron antes de colgar los guayos – al menos hasta que la tecnología avanzó hasta el punto de eludir eso.

En cuanto a la remembranza autobiográfica , se vuelve más problemática: algunos eventos sí dejan rastro (cartas fechadas, sellos en un pasaporte, actualizaciones de estados en redes sociales), otros no. Si dijera que el 31 de julio de 2011 me di cuenta de que mi prioridad era cantar en lugar de tocar guitarra, solo estoy contando con mi memoria, auxiliada por algunos detalles circunstanciales (por ejemplo, era domingo, lo cual puede verificarse al mirar un calendario). ¿Qué tal no esté recordando bien y en realidad era el día anterior, el sábado 30? Estoy absoluta y categóricamente seguro de que era domingo (tres de mis amigos fueron al mercado de las pulgas hacia la hora del almuerzo), pero de todos modos podría estar equivocado, sin importar qué tan vívido sea mi recuerdo.

También juegan inquietantes capas a lo El origen ya que la memoria solo llega hasta cierto punto: cuando pienso que recuerdo, por ejemplo, mi cuarto cumpleaños, en realidad puedo estar recordando cuando era un poco mayor y estaba recordando eso… o cuando era aún mayor y estaba recordando el momento en el que estaba recordando ser un poco más joven y realmente recordándolo… y así mismo va por caminos sinuosos y con mayor probabilidad a las imperfecciones, los defectos, la contaminación y la confusión. Incluso haré una mejor: ¿qué tal que no me acuerde en absoluto de eso, sino que esté dependiendo de lo que otros me han dicho al respecto?

Algunas personas han motivado mis prácticas para expandir mi memoria y a lo largo de mi infancia mi padre con frecuencia me hacía recitar algunas cosas a amigos(as) y familiares, lo cual yo disfrutaba plenamente, y otros lo verían como raro y peculiar, pero no me importaba. Si bien estoy completamente consciente de que memorizar mucha información no me hace (ni a nadie más para el mismo efecto) más inteligente que otros – así como hay gente olvidadiza con mentes absolutamente brillantes –, vale la pena señalar que sigue habiendo beneficios más allá de lucirse en fiestas aburridas o matar el tiempo jugando Sporcle : mucho antes de lo que puedo recordar (paradójicamente), estaba perfeccionando mis habilidades de recolección debido a la emoción incomparable que sentía cada vez que me superaba a mí mismo en algo, lo que fuese. Esa siempre ha sido mi principal motivación.