Intimidado por la posibilidad de sentirme demasiado expuesto o hacer que mis errores fuesen demasiado evidentes, duré una gran parte de mi adolescencia creando muros de sonido (ciertamente horribles) para disimular que no tenía ni idea de qué estaba haciendo realmente. Mis maquetas de esos días tenían fácilmente una docena de sobre-grabaciones solamente en guitarra, y la mitad de eso en sintetizadores, lo cual no es malo como tal salvo que sean innecesarios y superfluos, que casi siempre lo eran.

Cada uno de los arreglos que hice, con todo y lo insoportablemente inmundo que fue, me enseñó algo que hoy en día aplico de una manera mucho más sutil. En muchos casos, de hecho, “menos es más”. Me tomó unos cuantos años de verdad entender eso, y no estoy seguro de si aún hoy en día me sale bien, pero al menos ha habido progreso significativo por ese lado.

Como un muy ocasional traductor e intérprete (en promedio, traduzco una vez al mes e interpreto una vez cada quincena), me gustaría emplear aquí una analogía lingüística: el trabajo en estudio y en vivo son idiomas distintos, así como el piano y la guitarra, así como el barroco y el renacimiento, así como los videos y las fotos, así como una bitácora en línea y una página, así como interpretar y ejecutar, y si bien obviamente es importante apuntarle tanto a la transparencia como a la fidelidad tanto como sea posible, sería también un desperdicio no acoger y sacar ventaja de las posibilidades singulares ofrecidas por cada plataforma.

De manera recurrente, personas con buenas intenciones me han aconsejado emplear bucles de cinta y edificar texturas sobre patrones repetidos, añadiendo voces e instrumentos a una progresión cíclica, que es algo que muchos artistas populares han hecho incluyendo a Kate Victoria Tunstall y a Edward Christopher Sheeran. Es una sugerencia entendible y una que no he descartado del todo pero que he intentado no incorporar hasta ahora ya que mi repertorio realmente no tiene muchas obras basadas en solamente una frase musical.

Aprendí lecciones bastante valiosas de una amiga con quien a veces compartí el escenario por allá en 2014: mientras que yo era muy efectivo en embelesar a la audiencia con pirotecnia (canto bipolar, fragmentos diatónicos veloces y desprolijos, versiones idiosincráticas) y a menudo era recibido cálidamente, ella lo llevaba a un nivel completamente diferente: cuando comenzaba a cantar y tocar, el público se tornaba lo más silencioso posible para absorber cada uno de los detalles, cada sutil matiz; apenas llegaba al final de una canción, había dos o tres segundos de silencio y después un aplauso estruendoso. Me encantaba y lo envidiaba por igual, y definitivamente fue una influencia.

Previamente con ganas de asombrar, lentamente dejé a un lado las partes ostentosas y efectistas y me di cuenta, para mi sorpresa y deleite, que eran mucho más efectivas de esa manera. Los saltos de octavas, por ejemplo, eran considerablemente más limpios cuando se hacían muy de vez en cuando, reduciendo el riesgo de en algún momento forzar mi voz, y como se habían vuelto intermitentes eran recibidos con entusiasmo y dejaban a los(las) oyentes queriendo más.

Los excesos mugrientos no son mi rollo de todos modos. Como parte de la audiencia, también me voy por lo que sea más simple, como un coro sin acompañamiento, un dúo de pianos, un(a) solista en guitarra, un(a) cantante con un(a) pianista, un(a) comediante que haga un monólogo humorístico, un cuarteto de cuerdas, una película minimalista (pero bien escrita), un bonito libro, la pasta con queso, y así sucesivamente.

Por supuesto, eso no quiere decir que esté en contra de, por ejemplo, las orquestas sinfónicas, sin mencionar montajes ostentosos como óperas, oratorios o cantatas (bien, definitivamente detesto los textos religiosos como los que se encuentran en estas dos últimas, pero eso es otro asunto). Sí los disfruto, pero usualmente valoro mucho más las fórmulas más pequeñas y sencillas.

La uniformidad tiende a ser vista como tediosa y agotadora, y es posible que a veces lo sea, pero también tiene su belleza. Lo mismo por la pobreza (presunta o genuina), o por aquel temido concepto de una rutina: se torna una suerte de tendencia huir de ella, hasta el punto que salirse de la zona cómoda se ha convertido en una zona cómoda por sí misma.

Considerando mi debilidad por el pensamiento lateral, sinceramente siento que hay bastante que puede adquirirse al redescubrir esas facetas mundanas cotidianas. No es demasiado distinto a salir a caminar, lo cual es algo que tiendo a hacer con extrema frecuencia cuando visito un nuevo lugar (lo cual, por el contrario, dista mucho de ser frecuente, ya que no soy viajero).

Habiendo dicho eso, claro que también es útil probar algo distinto, no lo niego: sigue habiendo, de todas maneras, una delgada línea entre experimentar aquí y allá de manera moderada o excesiva. Depende de cada persona individual decidir qué tan lejos es demasiado lejos.

Una fascinación particular, hasta donde tengo entendido, nace de emplear la sutileza como una ventaja: dejar los acordes implícitos en lugar de tocarlos en su totalidad, a título de ejemplo, es absolutamente magnífico; por supuesto, es aún más efectivo cuando se aplica de vez en cuando, así que es crucial no abusar de ninguno de esos trucos.

Independientemente de los estereotipos, no es que no sea viable ser al mismo tiempo simple y con detalles. La diferencia fundamental, sin embargo, es que con este enfoque es probablemente más natural colocar los adornos para subrayar el diseño general, más que obstruirlo.

Un plan claro, por lo general aumentará dramáticamente las posibilidades, sin garantizar nada, de crear exitosamente algo que llegue al nivel deseado (bueno, siempre y cuando esos objetivos sean realistas, sobra decir). El famoso lema “mantenlo simple”, irónicamente, no es así de simple, pero sigue siendo un sabio consejo.

Explorar una conexión más íntima con la audiencia es una gran ventaja de un proyecto en vivo desmontado, lo cual es precisamente por lo que estoy tan enamorado del formato simple de cantar mientras me acompaño en un instrumento, ya que eso también genera un resultado singularmente personal. No todas las personas lo disfrutarían ni lo elegirían deliberadamente, pero algunas sí y definitivamente soy una de ellas.